TIPOLOGÍA DEL ESPAÑOL FRENTE A LAS LENGUAS DEL MUNDO
Rafael Del MORAL | 16 septembre 2009TIPOLOGÍA DEL ESPAÑOL
FRENTE A LAS
LENGUAS DEL MUNDO
Rafael del Moral
(Desarrollo del programa de la ESO y de bachillerato)
Artículo ampliado en: http://www.slideshare.net/RdelMoral/tipologa-del-espaol-frente-a-las-lenguas-del-mundo
El español es una de las cinco o seis mil lenguas de la humanidad. Las lenguas tienen vida propia dentro de otros seres vivos que somos los hombres, y, como también sucede con éstos, algunas desarrollan sus riquezas más que otras. Si la nuestra está donde ha llegado no es sino por algunas circunstancias favorables, ajenas a los propios hablantes.
Cada lengua es única y sirve para organizar el mundo del individuo que la usa. Observemos rápidamente, aunque con lupa, las señas de identidad de la nuestra, la que se desliza en la familiar y seductora imagen acústica, eco de nuestros hábitos fónicos. Veamos de quién es hija, cuales son sus antepasados, cómo fue el parto, cuándo y cómo hizo su primera fiesta, cómo obtuvo sus incipientes éxitos, quiénes son sus parientes, cuál es su domicilio, qué edad parece tener y qué edad tiene, cuándo se puso por primera vez de largo, cuántos novios le han salido, cuáles son sus huellas dactilares, su ficha político-lingüística y qué premios acumula en su currículo. Y si lo deseamos, podremos observar también los achaques de su edad, las enfermedades que padece, e incluso sus posibilidades de procreación, descendencia y herencia.
Nacimiento
Las lenguas nacen como las células, es decir, por la escisión de otra. La que se multiplicaba en el parto del español era el latín. La vecindad de aquella célula madre la ocupaba el aragonés y el leonés, y un poco más allá el catalán, el gallego y el mozárabe.
Filiación
Muchos aseguran que el padre fue el eusquera o vasco. Por entonces estas cosas de la paternidad, en lenguas tan casquivanas como la de los soldados del Imperio, eran poco consideradas. Los primeros usuarios del romance de Castilla, y esto parece evidente por los restos fónicos que quedan en nuestra lengua, fueron hablantes de vasco, lengua ágrafa hasta el siglo XVI que se extendía por la Cantabria natal del castellano.
Primeros años
Los primeros años son decisivos en la formación de una lengua: la protección frente a las enfermedades, la capacidad expansiva de sus hablantes, el abanderamiento político de sus dirigentes… El leonés y el aragonés quedaron seriamente heridos en su evolución porque la suerte de sus territorios estuvo ligada a la de Castilla. Por entonces nadie hubiera podido sospechar la fulgurante carrera que le estaba reservada a aquella habla primitiva en boca de pastores. Tampoco, tiempo atrás, podía nadie haber sospechado que las hablas espontáneamente surgidas en el Lacio de la península itálica, unos dos mil años antes, el latín, en boca de rústicos labradores, habrían de convertirse en la elegante lengua del mayor imperio de la antigüedad. Ni tampoco sospechar que una lengua germánica, el inglés, vivió relegada en las formas familiares de sus hablantes hasta que en el siglo XIV sustituyó al francés en la redacción de las leyes y en la enseñanza. ¿Quién iba a sospechar por entonces que habría de convertirse en la lengua de la globalización en el siglo XXI?
Parentesco
De los abuelos del español sabemos poco, porque no hay documentos escritos, pero nadie pone en duda la existencia de un antepasado de abolengo que, perdida su acta de nacimiento, convencionalmente llamamos indoeuropeo. Este ilustre bisabuelo ha generado un amplísimo árbol de familias: románicas, celtas, germánicas, eslavas, bálticas, iranias, indo-arias… Y algunas más como la desaparecida anatolia, o la iliria, de la que solo queda una lengua huérfana, el albanés.
Así que la lengua española es nieta del indoeuropeo, hija de las uniones más o menos clandestinas del latín y el vasco o el íbero, hermana del gallego, del asturiano o bable, pero también del italiano, del romanche, del siciliano, o de las desaparecidas dálmata y mozárabe; prima hermana del inglés y del sueco, y ese mismo parentesco lo mantiene con el ruso, con el bielorruso o con el letón, aunque también con otra lengua de Rusia el osético, y con el hindi, el nepalí y el bengalí. Esta última es la prima más alejada de la familia, la que reside en la parte más oriental del dominio indoeuropeo.
Domicilio
Las fronteras políticas o administrativas rara vez coinciden con los domicilios lingüísticos. Las lenguas aparecen y desaparecen de tal manera en la topografía del planeta que solo un detalladísimo y perturbado mapa podría describir el paisaje multicolor de las lenguas de la humanidad.
Nuestra lengua amplió sus dominios hacia todas las dependencias peninsulares, salvo Portugal, y fue oscureciendo a las otras hijas del latín. Sobrevivieron en su uso oral el gallego y el catalán, que tuvieron su posterior renacimiento en el siglo XIX. Por aquellas épocas, y las sucesivas, sus hablantes ya nunca se despojarían de un uso generalizado del español.
Desde el siglo XVI se instaló en América, pero solo afianzó su estado en el inicio de la independencia de aquellos países en el siglo XIX, y de la manera en que mejor se aceptan y extienden las lenguas, es decir, sin que nadie las imponga. Cuando los colonizadores abandonan América es cuando comienza la difusión del español. Filipinas se quedó en la fase colonial, y como no hubo emigración, ni mestizaje, el español se perdió. Si en América hubiera ocurrido lo mismo, el español sería como el inglés en la India, una lengua colonial que habla el 15% de la población, en contacto con centenares de lenguas completamente distintas. Pero cuando los países americanos se independizaron, comprendieron, como ha sucedido muchas veces en la historia, el valor de una lengua internacional, autosuficiente y común a todos los hablantes.
Usuarios
Conscientes de los errores estimativos de las cifras, partamos, para explicar la privilegiada situación relativa del español, de una lengua minoritaria cercana, el osético, extendida en un dominio dividido por la frontera rusa con Georgia. El osético ocupa, con medio millón de usuarios, el lugar 320 entre las lenguas del planeta. A partir de ese rango los usos decrecen hasta topar con esos miles de lenguas en peligro inminente de extinción. Por delante de la lengua irania ascendemos en número de hablantes por lenguas como el basquiro, que, con un millón de usuarios, se encuentra en el rango 251. Y para encontrarnos con lenguas de más de cinco millones de hablantes tenemos que llegar hasta el rango 112, como siempre aproximado, que lo ocupa una lengua urálica, el finés.
Las habladas por más de cien millones de personas, en nuestro camino hacia las primeras, solo son diez, entre ellas el árabe, el bengalí, el portugués, el ruso, el japonés y el punyabí.
Edad
Las lenguas que han alcanzado lo que equivale a la edad centenaria en las personas son muy pocas: el griego tiene unos tres mil años, pero estaba tan viejecito que a mitad del siglo XX se sometió a una cirugía estética. Más de tres mil años ha cumplido también el chino, increíblemente bien conservado en su escritura, pero con serios achaques en su uso oral. Una edad parecida disfruta el sánscrito, astillado en las modernas variedades. Su gran lengua heredera, el hindi, malvive aquejado de una enfermedad que ha de conducirlo en breve a la definitiva fragmentación. Y un caso muy especial es el del hebreo, lengua bíblica y religiosa, y única, según parece, que merecía el privilegio de resucitar, y eso es lo que le ha sucedido. Gracias a ello, y descontada su hibernación, el hebreo es también hoy una de esas cuatro lenguas cuyo parecido con la lozanía de hace tres mil años es aún reconocible.
El español tiene mil años, que es una edad fantástica. Equivale a unos cuarenta en la edad del hombre. No sabemos exactamente la fecha de nacimiento, que es lo que suele suceder con las lenguas, pero sí que los primeros textos escritos encontrados son del siglo X.
Sistema práctico de escritura
Con la adopción de un sistema de escritura se inicia el periodo de producción de textos que ha de servir para la inmortalidad. Lenguas como el íbero o el etrusco se recuerdan gracias a los escasos textos que han quedado de ellas, y así ha de suceder, si una catástrofe no borra todos los documentos escritos, con las que de ese modo se han desarrollado.
La necesidad de fijar el pensamiento a través del tiempo, de dotar al mensaje de durabilidad, está en la naturaleza profunda del hombre. Pero la humanidad ha sido ágrafa la mayor parte de su historia porque durante decenas de miles de años las lenguas fueron imágenes acústicas, y no tuvieron sistema de transmisión escrita. Y ya se sabe, verba volant, scripta manent. En la actualidad no muchas más de doscientas lenguas disponen de sistemas escritos normalizados que se apoyan en ideogramas como el chino, en silabarios como el japonés o el etíope, o alfabetos más o menos capaces de reflejar las características del habla mediante signos convencionales visibles. Y las lenguas que han desarrollado y mantenido un amplio corpus literario traducido a otras solo podrían contarse por decenas, si somos generosos, aunque todos los hablantes del mundo desarrollen una dimensión literaria en sus expresión cotidiana.
Algo más de dos decenas de alfabetos son actualmente utilizados por las lenguas del mundo. Aunque en su aspecto externo parecen muy distintos, la mayoría de ellos respetan los principios establecidos por primera vez en la escritura griega. Aquel ajuste de la transmisión escrita conquistó la civilización, y se introdujo en los más recónditos lugares del planeta. Desde entonces los preceptos elementales de la escritura no han sufrido reforma alguna.
En la gran familia indoeuropea, las lenguas románicas, las germanas y las celtas utilizan el alfabeto latino, las eslavas el cirílico, también inspirado en el griego, las iranias, influidas por la confesión musulmana de sus hablantes, generalmente el árabe, que es el otro gran alfabeto de la humanidad, y las indo-arias muestran un especial interés por singularizarse con sus propios sistemas, a la cabeza de ellos el devanagari, que es el del sánscrito y que inspira a los demás.
Nuestra lengua utiliza el alfabeto más extendido por la humanidad. Pero no es mérito nuestro, ni demérito de nadie, sino resultado del prestigio del Imperio romano. En su alfabeto se inspiraron los germanos, y gracias a la extensión universal de una de aquellas lenguas, el inglés, aunque también gracias a otras lenguas germánicas como el holandés o el alemán, y de las cuatro grandes lenguas latinas, el español, el francés, el portugués y el italiano, el alfabeto de los romanos se ha alzado como base universal de la escritura.
Lengua adquirida: el patrimonio añadido
El bilingüismo quedó instituido en la más remota antigüedad, pero llegó a nuestra civilización cuando un legionario del Imperio romano le dijo en latín vulgar a una íbera algo parecido a: Tía, estoy por ti, o ¿Sabes tía que me molas? Y a los pocos años ya tenían una familia bilingüe. El Imperio, como las autoridades académicas de nuestros países, fundó escuelas, y el latín corrió la misma suerte que el inglés ahora: sólo llegaron a dominarlo los niños ricos que viajaban a Roma, que era por entonces lo mismo que Londres ahora. Añadir a un instrumento tan propio como la lengua materna otra extranjera sin los mecanismos naturales, es como ponerse un brazo ortopédico, nunca se podrá utilizar como el propio. El auténtico bilingüismo ha sido siempre tan natural como el monolingüismo, y su adquisición el resultado de la convivencia. De manera natural los catalanes en el siglo XVI abandonaron el uso escrito de su lengua a favor del español. Los romanos no impusieron la desaparición del íbero, y sin embargo se fue. El vasco permaneció a pesar de las influencias del latín, y perdura en contra de las previsiones de muchos.
Fuera del ámbito familiar lo frecuente es que se añadan, mediante aprendizaje, una o más lenguas vehiculares a la que ya es huella genética. El 90% de la humanidad se interesa por unas decenas de lenguas. El 10% restante se reparte los otros miles. Dicho de otra manera, la mayoría de las lenguas del mundo cuentan con un número de hablantes tan escaso que se colocan en una situación de riesgo. Aritméticamente, y con las reservas que debemos atribuir a la estadística, el 95% de las lenguas apenas superan unas decenas de miles de hablantes.
El laberinto lingüístico
La gran familia de lenguas indoeuropeas se muestra como la más influyente y extendida de la humanidad. Casi la mitad del planeta siente la necesidad de utilizarlas.
Los hablantes que heredan el inglés, es decir, los que lo aprenden en el automatismo del seno familiar, se muestran hoy tan autosuficientes que no sienten la necesidad de añadir a su arrogante instrumento de comunicación ninguna lengua más. Son los menos bilingües del mundo desde que han advertido que la humanidad muestra un desbordado interés anglófono.
Junto al inglés, otras lenguas de amplia difusión y ricas en publicaciones, como el español o el ruso, se alzan también como autosuficientes.
La mayoría de los hablantes del mundo se encuentran abocados al uso de una segunda lengua. Todos, o casi todos los habitantes de este país son usuarios del ruso, con independencia de su lengua materna. Buena parte del acceso a la comunicación cultural se realiza en ruso, que es la lengua eslava de mayor difusión, y que no es, al igual que el español, sino la más afortunada por los avatares históricos. Hoy sirve de segunda lengua de comunicación a rusos que tienen como lengua propia al tártaro, pero también a hablantes de ucraniano, bielorruso, estonio, letón, lituano, uzbeco, georgiano…
De la misma manera, el castellano sirve de segunda lengua de comunicación a españoles que tienen al catalán, valenciano, gallego o vasco como lengua materna. Estos hablantes más que bilingües son ambilingües, es decir, dominan una y otra lengua con similar destreza.
El América es lengua vehicular adquirida para los cinco millones de peruanos y ecuatorianos hablantes de quechua, que es la mayor lengua amerindia.
En México es lengua de comunicación para los casi dos millones de usuarios de náhuatl, un millón de yucateco, medio millón de zapoteco, otro medio millón de mixteco, unos cuatrocientos mil de otomí, trescientos noventa mil de celdala y trescientos cuarenta mil de zozil, y con menos hablantes cuentan lenguas mexicanas como el totonaco, el mazateco, el mazahua, cholo, huasteco, ohinanteco, y mijé. Esta última, el mijé, con sus ciento cuarenta mil hablantes, ocupa el rango 487 entre las del mundo.
Es también lengua vehicular para un millón de guatemaltecos que tienen al quiché como lengua materna, y otro millón aproximadamente de cachiquel, y menos usuarios se atribuyen a otras lenguas de la familia maya, también de Guatemala, como el cachí o el mamé. El aimara es lengua de Bolivia y Perú, y cuenta con novecientos veinte mil hablantes; el guaraní es la propia de más de dos millones de paraguayos; y el araucano o mapuche de casi un millón y medio de chilenos.
Y por dar una mirada nostálgica, citemos a una lengua de la familia andina a punto de desaparecer, el jabero, que contaba hace unos años con solo un par de miles de peruanos que la heredaban de sus antepasados desde hace muchos siglos.
Todas estas lenguas, y algunas más que he silenciado para no cansar con la lista, están en contacto con el español, beben continuamente en nuestro léxico, en nuestras formas, incluso en nuestros esquemas sintácticos.
Presente y futuro
La muerte absoluta de una lengua se produce con la desaparición de su último hablante. El dálmata, lengua románica, o el manx, lengua celta, se perdieron así.
El español goza de buena salud, y no tiene indicio alguno de enfermedad. Las peculiaridades léxicas de Hispanoamérica no son mayores que las que también se producen en España, y contribuyen más a su grandeza que a su fragmentación: la sintaxis, la morfología, el léxico más frecuente, coincide, y desde hace unos años se han unificado todas las ortografías. Las posibilidades de fragmentación, que es como mueren las lenguas, son hoy escasísimas. Sus caminos de expansión, amparados en la generalización de sus usos, en la solidez de sus estructuras, en la tradición literaria, en la amplitud de publicaciones y en el afecto que hacia ella muestran sus usuarios invitados, son mucho más grandes. Su presencia en el mundo es, hoy por hoy, indiscutible. Nada deja suponer que nuestra lengua no llegue a convertirse en una de esas pocas de la humanidad que consiguen cumplir los tres mil años.
¿Podría ser una lengua universal junto al inglés? ¿Podrían distanciarse las dos del resto de las lenguas del mundo? ¿Podría el inglés oscurecer la expansión del español? No creo que nada de esto suceda.
La generalización de una lengua universal, creada artificialmente para una mayor facilidad en su aprendizaje, motivó a los lingüistas de finales del siglo XIX y principios del XX. Hacia mediados del siglo que ha acabado se rectificó la tendencia, tal vez porque esta lengua universal se esté seleccionando sin intervenciones, porque tal vez vivimos los prolegómenos de la gran unificación comunicativa. La lengua artificial más extendida fue el esperanto, tan fácil y práctica en el aprendizaje y uso elemental, como compleja para cualquier necesidad más refinada y profunda. Al esperanto, como a otras lenguas artificiales, le faltó el encanto de las lenguas maternas, porque una lengua que no se desarrolla en el seno familiar nace muerta.
En muchos lugares del mundo se impone el ambilingüismo, en otros, en casi todos, se requiere el bilingüismo, y cada vez con más frecuencia se infiltra el plurilingüismo. Las razones son a veces estrictamente culturales, y casi siempre exigencia de comunicación o administrativa. Y en ese laberinto, las grandes lenguas de comunicación, las lenguas universalmente generalizadas, son muy pocas, apenas una docena. Y las lenguas vehiculares colocadas entre los instrumentos de comunicación más accesibles porque superan los trescientos millones de hablantes son, como hemos dejado entender, solo cuatro. Dos de ellas, el chino mandarín y el hindi, viajan sin amigos, languidecen cuando se desplazan en boca de sus hablantes. Las otras dos, el inglés y el español, se alzan, con sus distancias, es verdad, pero se alzan, sí, como las mayores lenguas puestas nunca al servicio de una humanidad que ha hecho de la comunicación el tesoro más entrañable y preciado de sus intereses.
Para saber más:
Ø Bernárdez, Enrique, ¿Qué son las lenguas?, Madrid, Alianza, 2002.
- Ø Lapesa, Rafael, Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1985
- Ø Moral, Rafael del, Historia de las lenguas hispánicas contada para incrédulos, Barcelona, Ediciones B, 2009.
- Ø Moral, Rafael del, Lenguas del Mundo, Madrid, Espasa, 2001.
- Ø Moreno Cabrera, Juan Carlos, La dignidad e igualdad de las lenguas, Madrid, Alianza, 1998